La noticia es un tanto melancólica pero ya está ocurriendo. Fiestas de cumpleaños y muertes. También, eventos especiales a los que la familia no puede asistir porque estamos aislados. El coronavirus puso un pie en la Argentina y ya está haciendo estragos en las familias. Muchos quedaron de un lado y el resto del otro. Muchos quedaronsin poder volver o esperar la vista de seres queridos en un hospital. El virus se insinuó y ya cambió todo.
Es triste contarlo, pero no poder dar el últimos adiós a los abuelos o padres, es aún más triste. No poder estar con hermanos enfermos o internados en los centros de salud, estar impedido de estar todos juntos en momentos difíciles de la familia, hace el trance más doloroso que la misma muerte. Separados y con temor de que se agrave, solo podemos hacer llegar nuestro apoyo. A través de las nuevas tecnologías podemos aprovechar para saludar a quienes tal vez físicamente ya no veamos más.
De hecho en países por donde pasó el COVID-19 matando gente sin discriminación de raza, edad o situación económica, los médicos empezaron a aplicar las videollamadas. Este método sirvió para permitir que la familia pueda despedir a pacientes terminales aislados, sabiendo que nunca llegarían para el último beso o abrazo. El paciente puede ser un hijo que yace aislado al cuidado solamente de los enfermeros. Los profesionales de la salud hacen todo lo que pueden, pero la angustia igual no tendría consuelo.
Nada volverá a ser lo mismo. Las cosas cambiarán por un buen tiempo, pero sin duda no serán como las concebimos o estábamos acostumbrados a hacerlas. El caso es que, aún comunicándonos vía telefónica, las palabras no alcanzarían para suplantar la presencia física o el dolor de no estar cuando un familiar nos necesita. El virus de contagio extraordinario dio vuelta el mundo para tocar la raíz y la intimidad que nos sostiene. Duele de solo imaginarlo.