Guillermo Horacio Galván está a cargo del Penal luego de la renuncia de Daniel Romero como Director del Penal. Galván está convencido que le corresponde pero parece que el Gobernador no tiene aún definido al sucesor. El problema es que Galván tiene las funciones limitadas y requiere de un decreto para tener todas las facultades para hacer y deshacer “a gusto y piacere”. Sin embargo cuando fue a buscar la designación lo eyectaron de una patada. La puja por el poder en el Penal.
El cargo es político. El doctor Romero llegó por ser “yerno de” y “pareja de”. Galván necesita una cuña para continuar en el cargo, a no ser que nadie quiera el garrón o problemón que es en este momento el Penal. De todas formas, en los hechos, Galván es una suerte de autoridad interina sin la tranquilidad para tomar decisiones de fondo como quisiera. Mientras, se espera por el nuevo Director que deberá reportarse políticamente también, claro.
Detrás del Covid-19 y la renuncia de Romero, hay una terrible interna. Galván creía que lo iban a hacer Director formalmente, por decreto, como corresponde para poner orden en un ámbito donde el sistema burbuja no está conteniendo el brote. Pero, Galván tiene una interna con Ariel Agüero, que sería el que sigue en la sucesión de mando por lo que para sostenerse en el poder, Galván tendría que desterrar o alejarlo más a Agüero y poner a Elio Palomeque como Subdirector, que está en la misma vereda.
En otras palabras, si a Galván le diera por decreto la Dirección, ahí nomás lo pasaría a retiro a Agüero para que Palomeque sea segundo en el acto. Agüero es una amenaza para Galván, en tanto que Palomeque un aliado ideal a los fines de manejar la institución. Son como “bandos” que luchan por el poder dentro del Penal y que en definitiva tienen que ver con el funcionamiento y la transparencia del Servicio Penitenciario de Miraflores. Mientras, el personal del Penal e internos se encuentran aislados y muy preocupados por los contagios.
En ese contexto van a caer muchas veces políticos y en particular abogados que al final terminan como Romero, desbordados. La fuerza de seguridad se ha politizado tanto que el deber o la función se desmoronan contaminados por el poder, desvirtuados bajo la apariencia del uniforme y las brillosas estrellas, en el cuello o el pecho. La especulación se dispara o se reduce hacia los cargos y la caja de las instituciones.
Por Juan Carlos Andrada
Especial para El Aconquija.
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