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Opinión

Los Altos: por ese toro mañero

Los Altos elige intendente y Olveira ya adelantó que no piensa bajarse.

Los Altos elige intendente y Rafael Olveira ya adelantó que no piensa bajarse. Tras 12 años de permanencia en el poder, el cuestionado jefe comunal se resiste a una renovación pacífica por el peronismo gobernante. El oficialismo cree que el senador Raúl Barot es el candidato natural a sucederlo pero Olveira se prepara para atrincherarse en la municipalidad. Rafael es (o era) apadrinado por el gobernador Raúl Jalil y Barot llegaría de la mano de Lucía Corpacci.


Los municipales de Los Altos cobran 20 mil pesos y a esta altura aún no han cobrado el aguinaldo. El intendente Olveira no se aumenta adrede el sueldo no solo porque es un empresario millonario que no necesita de un haber público sino también para fijarle un tope salarial a los empleados municipales que permanecen en la línea de la indigencia. Como él no se aumenta, ningún trabajador puede disfrutar de un sueldo digno. O sea, viejo malestar municipal. Hartazgo.


Olveira es la historia del “sodero” que se volvió millonario. Desde la función pública hizo crecer los negocios con la soja, los chachos, los arándanos, entre otros. Como sea, se hizo de tanto poder económico y político que la justicia no lo alcanza nunca a pesar de graves denuncias en el manejo de la cosa pública. Pero, el poder no es eterno y el desgaste hizo que el oficialismo en Los Altos se preocupara en producir una renovación sin necesidad de “romper” pero Rafael “no quiere largar la teta”.


Por su parte, Raúl Barot ensaya como los toreros algunos movimientos pero teme a los cuernos del toro y además no quiere matar al animal. Aún no ha salido a la arena y el público ya está eufórico, el morbo de la gente es inevitable en todo espectáculo donde hay sangre o puede haberla. Al contador le gustaría invitar al toro a retirarse pero éste ya tiene los ojos rojos y lo espera sacudiendo una de la patas en señal de que el torero también puede morir en ese acto. Y así es.

Lo que en política es tan común pero suele olvidarse, por eso el ejemplo, es que, lo que mata al toro es su carácter. Sin su ceguera, el torero no puede ultimar a la bestia. En otras palabras, en este tipo de combate, se juega con el enojo, las obsesiones, las debilidades del adversario. Mientras tanto, el espectador (elector) disfruta, ríe y aplaude. Le gusta reírse de la desgracia de los poderosos lo que no implica tampoco saber en qué dirección emitirá su voto.


Por Juan Carlos Andrada
Especial para El Aconquija

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