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Opinión

¿Casa, trabajo y plata a la familia de la mujer que se quemó a lo bonzo?

Los últimos escándalos indican un posible pacto de silencio.

Le habrían ofrecido puestos de trabajo, vivienda y dinero a la familia de la mujer que se quemó a lo bonzo en el CAPE para mantener en silencio el caso. El hecho desgraciado que involucra a María Rivera incluye serias irregularidades en la distribución de mercadería en el ministerio de Desarrollo Social de la provincia. Como sucede con otras irregularidades y delitos de funcionarios y legisladores, se tapa o se compensa -la irregularidad o el delito- con más bienes del Estado.

Desde que la mujer se quemó en el CAPE se intentó de todas formas distraer o cambiar el eje de atención en los medios con pauta oficial con el objeto de que el tema se pierda de vista. La otra jugada era hablar con los damnificados. El propio ministro Marcelo Rivera fue a la casa de la familia de María para ponerse a disposición y ofrecer la contención necesaria. Marcelo está muy preocupado por la salud de la mujer así que ofreció el “oro y el moro” (fondos del Estado, claro).

Ofrecer resarcimiento es aceptar una suerte de culpabilidad. Por algo no se abrió Sumario Administrativo en Desarrollo Social para determinar qué pasó ese día. Que la familia no hable confirma que hay un pacto de silencio. Más allá de lo económico, lo central sería la salud de María que luchaba por su vida pegada a un respirador artificial sin que las autoridades que desconocieran esa mañana a la dirigente del comedor “Gauchito Gil” se aparecieran por el hospital.

Sucede que pretendían que María firme por la mitad de la mercadería y en mal estado. Ella le reclamó a la Secretaria de Inclusión y Economía Popular, María Argerich (hija del ex diputado Hugo Argerich y novia del diputado Armando Zavaleta). Sin embargo, la mujer antes de quemarse, también fue a Acción Social, donde está Argelia Torres, la pareja del ministro Rivera. Esta última la echó por lo que volvió por la oficina de Argerich, quien finalmente la bloqueó del teléfono. Después, los gritos, el olor a quemado.

Por Juan Carlos Andrada
Especial para El Aconquija

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